Un aprendiz de brujo invoca al Diablo
y le dice: “Te obligué a presentarte
porque quiero demostrar a todos
cuán poderosos son mis conjuros.
Sé que no podrás tocarme porque
estoy parado en el centro de un
pentágono mágico”. El Diablo lanza
entonces una sonora carcajada y le
dice: “¡Burro! ¡El polígono que has
dibujado es un octógono!” 1
Tal como señalara Carlos Marx, el sistema capitalista nunca fue, como todavía pretenden algunos tratados de ciencia social, un sistema económico autónomo, independiente de cualquier consideración moral, jurídica o política. Para ese autor la “economía” –como subsistema social, no como teoría científica- era en verdad “economía política” por la sencilla razón de que es imposible abordarla sin tomar en cuenta a la lucha de clases y, por ende, a la política. La teoría sociológica actual –por ejemplo, Giddens- ha demostrado que ese sistema económico hubiera sido imposible si el absolutismo europeo de los siglos anteriores no hubiera creado las condiciones necesarias para su emergencia.2
De lo anterior resulta –dicho sea de paso- que la neutralidad valorativa de las actividades mercantiles ha sido siempre un “escotoma” inventado por la burguesía inglesa en la época de Adam Smith para encubrir su carácter inequitativo.3
Pues bien, teniendo en cuenta la premisa anterior, voy a intentar ahora bosquejar los principales rasgos del mundo que sospecho está ahora, en este nuevo año, asomándose:
- A diferencia de lo predicho por muchos de los economistas de izquierda que yo solía leer hace años, el capitalismo monopólico globalizado (CMG) actual no puede considerarse como un régimen económico que parece tender hacia un estado de estancamiento secular y creciente pauperización (absoluta o relativa) de los sectores más pobres. Aunque varios países desarrollados y emergentes han experimentado en años recientes diversas crisis financieras de magnitud variable, ellas han provocada sólo recesiones menores. En otras palabras: el CMD sigue desarrollando las fuerzas productivas y ha demostrado ser mucho más dinámico de lo que cualquiera de nosotros, los socialistas nacionales, suponía hacia los años 70. Basta pensar al respecto en el extraordinario desarrollo de China en lo que va del siglo.
- Si bien el desarrollo reciente de China y de otros países emergentes ha logrado disminuir las diferencias en riqueza entre países, en el caso específico de los países centrales occidentales, diversos investigadores han demostrado recientemente que la desigualdad en materia de distribución de los ingresos dentro de cada uno de ellos se ha incrementado considerablemente. 4
Desde este punto de vista resulta indudable que la última oleada de globalización experimentada por el CMG -caracterizada por la progresiva eliminación de restricciones a la libre circulación de valores y mercancías- ha funcionado no sólo como un estímulo al desarrollo de varios países hasta ayer atrasados. También ha operado como un instrumento eficaz en manos de las grandes corporaciones para evadir impuestos, desfinanciar a los Estados de Bienestar, disminuir sus costos laborales mediante contrataciones en países con abundante mano de obra barata y obligar a los gobiernos nacionales a competir entre ellos para atraer inversiones. De hecho, la subcontratación ha contribuido según muchos autores a la descalificación y a precarizar la situación laboral de los trabajadores con menor nivel de capacitación de muchos países avanzados. 5 - Es importante recordar que nuestra concepción de lo que es el CMG se basa en un reconocimiento explícito o implícito de que el socialismo real y, en consecuencia, la utopía marxista, han fracasado rotundamente. En la actualidad, solo quedan dos países comunistas en el mundo –Cuba y Corea del Norte- y ambos se parecen más a monarquías hereditarias que a países organizados según el modelo soviético de partido único y economía planificada. Otro tanto cabe decir también de los tímidos intentos de resucitar al populismo de izquierda que tuviera lugar en la América Latina en un pasado reciente. Hace ya tiempo que los mapas mentales de los actores políticos no pivotean más en torno a la disyuntiva socialismo versus capitalismo sino en torno a la dicotomía capitalismo de corporaciones privadas versus capitalismo de Estado. Las preguntas que las clases dominantes se formulan ahora se refieren a qué grado de participación estatal y privada es necesario incorporar al sistema económico –y de qué manera ambos componentes deben ser articulados entre sí- para promover su competitividad internacional. En relación a esa nueva disyuntiva China y los EE.UU. representan actualmente los casos extremos.
- Sin duda alguna, existe un conflicto internacional que en el 2019 (y en años posteriores) caracterizará el mundo actual y el destino futuro del CMG hasta ahora vigente. Me refiero a la contienda interimperialista entre China y los EE.UU. que en estos momentos empieza a perfilarse. Lo que está en juego en este caso es si los EE.UU. continuará siendo la potencia mundial hegemónica o bien será sustituida para desempeñar ese rol por China. Se trataría de una remake de los conflictos en los cuales participara los EE.UU. en relación, primero, con el imperio británico, posteriormente con la Alemania nazi y luego con la URSS. Aunque las estrategias que adopten ambas potencias a lo largo de esa competencia todavía no están claras las primeras jugadas que ambas han efectuado en el curso de los últimos dos o tres años permiten inferior que es muy probable que las autoridades de los EE.UU. se inclinen, paradójicamente, por el proteccionismo en tanto que China –sin abandonar su orientación favorable al capitalismo de Estado y al nacionalismo- optará por defender el proceso de globalización que tan beneficioso le ha sido hasta ahora.
- El perfilamiento de dicha contienda interimperialista ha dado lugar a que se hable ahora en los foros mundiales de una posible guerra comercial entre dichas potencias. Y también que los observadores internacionales más pesimistas se alarmen ante la posibilidad de una nueva guerra fría comparable a la que el bloque occidental mantuviera con el comunista entre 1945 y 1989. Si tal desastre ocurriera, es previsible que los regímenes democráticos ahora existentes -tanto en los países centrales como muchos de los periféricos- sufrirán graves retrocesos. Otro tanto sucederá con los derechos humanos ahora supuestamente en boga. La defensa de esos derechos van a ser reemplazados por la necesidad de optar por uno de esos bandos en pugna. 6
- Resumiendo lo antes dicho: El CMG no ha perdido dinamismo pero –a diferencia con lo que sucediera con el imperialismo inglés o con el norteamericano en el pasado- los rebeldes no son ahora los colonizados sino, paradójicamente, los habitantes de los países centrales. Ya sea debido a la mencionada precarización del empleo, al efecto de algunas crisis financieras que debieron ser corregidas mediante ajustes, al rechazo a la inmigración irrestricta o al temor al terrorismo islámico, es evidente que estamos ahora presenciado una situación insólita. Un tsunami de fastidio e indisciplina se ha desencadenado tanto en la UE como en Inglaterra y los EE.UU. dejando descolocados a sus partidos tradicionales. Tanto el éxito de Trump como el Brexit y el avance electoral de las nuevas agrupaciones populistas de derecha en diversos países de Europa son prueba de ello.
- Es ahora evidente que todo el laborioso montaje de instituciones jurídicas, políticas y económicas elaborados por los países centrales bajo el liderazgo de los EE.UU. después de la caída del Muro de Berlín está perdiendo legitimidad. El caso de la UE post-Brexit es por demás elocuente: la masa de los ciudadanos de distintos países que la integran le están dando la espalda y prefieren inclinarse por un nacionalismo que muchos consideraban definitivamente erradicado de la esfera mundial o por un regionalismo aún más estrecho tal como sucede ahora entre escoceses y catalanes. Un sociólogo del siglo XIX, por ejemplo el venerable Tönnies, consideraría que dicho fenómeno significa que, una vez desvanecido el temor a una invasión soviética, la UE ha dejado de ser una comunidad política consensuada por sus integrantes para ser percibida como una mera superestructura jurídica al servicio de un proceso de globalización económica que ya ha dejado de beneficiarlos. Otro tanto sucede en los EE.UU. Si hemos de creer en los erráticos discursos de Trump, la deslegitimización progresiva de las instituciones internacionales está también ahora en boga en ese país. De hecho, ese mandatario no sólo ha criticado a la OMC y al NAFTA sino también a la UE, la OTAN, las NN.UU. y hasta al Tribunal Internacional de La Haya. Su slogan de campaña “Make America Great Again” (“Hagamos a los EE.UU. grande nuevamente”) significa exactamente eso mismo: volvamos al nacionalismo anterior al desarrollo del CMG. La misma interpretación cabe hacer de la apelación de los partidarios del Brexit: “Take Back Control” (“Retomemos el control”). La ahora emergente fobia al internacionalismo no es de carácter progresista y tampoco está basada en una ideología claramente definida. Por el contrario, ella corresponde claramente al tipo de proyecto que los marxistas –siempre convencidos de la existencia de leyes históricas universales- suelen descalificar tachándolos de “reaccionarios”, es decir, condenados inexorablemente al fracaso. Naturalmente, como todo proyecto reaccionario dicha orientación política es antidemocrática, enemiga de los movimientos defensores de los derechos humanos y; sobre todo, decididamente antiintelectualista. De muchas maneras es lo opuesto al neoliberalismo y, tal vez, sea el comienzo del fin del neoliberalismo.
- Ese retroceso trae aparejado ahora, como ya se dijera, un cúmulo de problemas de posicionamiento de muy difícil resolución tanto para los partidos tradicionales de derecha como para los de izquierda. En el período de auge del CMG su clase política –obnubilada por el mito de la sobrecarga del Estado- se empeñó en limitar su capacidad para controlar la marcha de la economía sin advertir que ello implicaría una pérdida paralela de su poder para convocar a la ciudadanía en torno a un programa común. El resultado es que a, los largo del corriente siglo, tanto la participación política de la población en los partidos como en los sindicatos (no estatales) disminuyó significativamente en los países avanzados. Esto significa que el ascenso de los partidos populistas de derecha se está produciendo ahora por la sencilla razón de que están llenando un vacío político que pasó inadvertido por las clases promotoras de la globalización. Ellas no previeron tanto el ascenso vertiginoso de China -y el debilitamiento relativo de los EE.UU. y la UE- como la emergencia de un sector importante de su población que se considera ahora perjudicada por el CMG. En términos más abstractos: las elites neoliberales no tomaron en cuenta la contradicción que supone un internacionalismo basado en el consenso de ciudadanías nacionales orientadas según perspectivas nacionalistas. Es decir, una economía mundial y un derecho internacional sin un gobierno mundial. Cuando Bill Clinton defendiera en marzo del año 2000 su iniciativa destinada a facilitar el ingreso de productos chinos a los mercados norteamericanos suponía que esa medida no sólo enriquecería a su país sino que también obligaría a las autoridades chinas a emprender un proceso de democratización a la manera occidental. Lo que no previó es que sus interlocutores no tenían la menor intención de abandonar su régimen de partido único y que el déficit comercial de EE.UU. con respecto a ese país pasara de ser en ese año de menos de 100.000 millones de dólares a 375.000 millones de dólares en 2017. 7
Análogamente, las corporaciones norteamericanas tampoco imaginaron que la presidencia de ese país pudiera ser conquistada por un outsider sin ninguna experiencia política, chauvinista, proteccionista y decididamente xenófobo. Otro tanto cabe decir del desorientado Cameron cuando, ante la posibilidad de que el partido conservador se quebrara debido a presión de sus colegas euroescépticos, consiente en 2016 convocar al referéndum que culminaría en el triunfo electoral del Brexit. Esos acontecimientos –Trump y el Brexit- sugieren a mi juicio que no sólo estamos ante una contienda interimperialista China-EE.UU. sino también que en muchos países hasta ayer promotores de la globalización se ha producido una ruptura interna de su clase dominante entre beneficiarios y perjudicados por ese proceso. Desgraciadamente no puedo sustentar esa hipótesis con datos sólidos pero me resulta increíble que tanto Trump como los eurofóbicos ingleses hayan podido salirse con la suya sin contar con el apoyo económico y político de un segmento importante de las clases dominantes de esos países. Que se hayan lanzado a romper la “paz neoliberal” solo para defender a los sectores de menores recursos afectados por la internacionalización. - A los partidos de izquierda tradicional, esta insólita coyuntura tampoco los favorece. Por el contrario, también les está planteando dilemas muy difíciles de resolver desde el momento que los sectores sociales que teóricamente ellos suponían que representaban –en particular los sectores marginados por el CMG- se consideran ahora mejor expresados por los partidos populistas de derecha o por un outsider como Donald Trump. Se encuentran hoy –mutatis mutandis- en la incómoda situación de los comunistas y socialdemócratas alemanes durante la República de Weimar cuando descubrieran que su principal enemigo no eran los conservadores tradicionales sino un movimiento minoritario que se autodenominaba no sólo “nacionalista” sino también “socialista” y “obrero”.
- Otro tanto sucede con los movimientos sociales: ellos también han descubierto ahora que sus proyectos fundados en la defensa de valores supuestamente universales tales como la protección ambiental o el feminismo no son compartidos por los sectores que ahora votan por los populistas de derecha sino, por el contrario, totalmente despreciados por ellos. No sólo se enfrentan con enemigos inesperados sino también experimentan ahora que sus laxas formas de organización corren en este momento el riesgo de resultar inadecuadas para operar en un entorno de creciente polarización. Están dejando de ser los únicos voceros del anti-sistema y corren el riesgo de convertirse en chivos expiatorios de los nuevos agitadores populares.
Por último: debo reconocer que esta bienvenida no es sino una representación o impresión personal de algunos rasgos que, creo, caracterizarán al corriente año de 2019. De ninguna manera se trata de una verdadera teoría acerca de la época actual. En realidad, nada me gustaría más que tener en las manos un buen libro que me explicara claramente los variados y desconcertantes conflictos que afectan ahora a nuestras sociedades. Lamentablemente todavía no lo he encontrado.
Post scriptum: Diversos comentarios a este texto que realizara Alfredo Pérez me han convencido de que debería haber incluido en él un análisis de los cambios económicos y políticos provocados por la irrupción de las nuevas tecnologías informáticas, especialmente la inteligencia artificial y las reedes sociales. Lamentablemente no me considero capacitado para
llenar ese bache.
Heriberto Muraro;
Buenos Aires, 15 de enero de 2019.
1 He leído hace años este breve relato en una nota sobre temas de geometría cuya fuente ya olvidé. La cito de memoria. Dejo al lector el trabajo de pensar qué relación guarda con el contenido del texto.
2 A. Giddens: The Nation State and Violence, 1987, Berkeley.
3 Uso el término “escotoma” para indicar una cesura que no existe pero que, no obstante, en algún momento opera como algo indudable para muchos observadores.
4 T. Piketty: El capital en el siglo XXI, 2014, México D.F.
5 U. Beck: Un nuevo mundo feliz, 2000, Barcelona
6 Naturalmente, los países periféricos trataran en ese caso de pendular entre ambos bandos para beneficiarse de la competencia en tanto que China y los EE.UU. trataran de obligarlos a alinearse incondicionalmente.
7 B. Clinton: Full Text of Clinton´s Speech on China Trade Bill, 9 de marzo de 2009, The New York Times.